como frialdad aparente, con abandono, hasta con desdén, son todas ellas sentidas, profundas, hondas; y guardan, bajo la vestidura especial de su aderezo, dolores y desgarramientos tales, que quien las lea sin sentir enrojecidas las mejillas y ardientes los ojos, ha de ser insensible de veras.
En realidad, no se puede escoger entre ellas; pero a mí causáronme singular complacencia, entre otras varias, Las campanas y Los robles. Es la primera una rima inocente, candorosa, llena de perfume y de fe, y también de amor y meditación. La segunda es una inspiración robusta y sostenida, donde el mágico pincel de Rosalía, rico en hechizos y vertiendo flores, aparece esplendoroso y lozano, pintando un cuadro lleno de vida y movimiento, de toques vigorosos y prodigiosos efectos de luz. Una y otra son también las más dulces.
Una palabra aún antes de terminar.
A pesar del indisputable mérito que este libro encierra, y que soy el primero a reconocer, he de confesar que si a escoger me dieran entre los versos de la autora, preferiría sin duda alguna los gallegos. En esta preferencia, no sólo tendría grandísima parte del natural cariño que profeso á mi tierra y a cuanto a ella pertenece, sino también la mayor dulzura y sentimiento, que son el distintivo de las rimas gallegas de nuestra poetisa. No quiero disminuir el valer de las presentes poesías, antes por el contrario, lo admiro y reconozco; pero enamórame, sobre todo, cuanto es, como por acá decimos, amorosiño y tierno.