de los que saben expresar directamente su alma, es cualidad predominante en Rosalía Castro. El elemento anecdótico no entra para nada en sus poesías, o, por mejor decir, todas ellas son anécdotas espirituales.
Esta misma fuerza de profundo subjetivismo tiene otro libro suyo, menos conocido, y de él quiero hablar. Es el que encierra sus versos castellanos, uno de los más singulares de nuestra poesía. Se titula En las orillas del Sar, y se publicó en 1884. Del mismo año son algunos Pequeños poemas, de Campoamor; la Pesca, de Núñez de Arce, que ya había dado lo mejor de su ingenio; a la sazón Ferrari le pisaba los talones en Pedro Abelardo, también publicado entonces; Manuel, del Palacio y José Velarde estaban en pleno florecimiento; Zorrilla rimaba deliciosamente composiciones de circunstancias. El libro de Rosalía era otra cosa. Cuando todos declamaban o cantaban, ella se atrevía sencillamente a hablar. Cuando todos cincelaban el verso, ella dejaba a los suyos un no sé qué de flojo y espontáneo, que fué como embalsamarlos para que conservaran más tiempo la poesía. Cuando todos se ceñían al endecasílabo y al octosílabo, con los otros versos que desde siempre se les combinaban, y a lo más empleaban el alejandrino zorrillesco, rico de acentuación, rotundo y sacudido, ella adoptaba metros inusitados y combinaciones nuevas.
De suspirillos germánicos hubiera calificado Núñez de Arce la mayor parte de las composiciones castellanas