siempre, la que vislumbró a ratos la excelsa Rosalía. Su poética, por lo mismo que es toda interior, por lo mismo que huye de toda pompa y exuberancia, porque es vestidura de un sentimiento y no llamativo dizfraz de un inerte maniquí, parece haber formulado mucho antes de que Verlaine fuera conocido {Jadis et Naguère es también de 1884) aquel precepto del Arte poética verleniana:
Prends l'éloquence et tords-lui son cou!
Y al abandonar el arte amplio de orquestación sonora y algo hueca, haber adivinado, traduciéndolo en suaves melodías rotas, en acordes extraños y personalísimos, el otro principio:
De la musique avant toute chose.
Música es lo que hay, ante todo, en los versos de Rosalía Castro. Su vaguedad, su imprecisión, que les ha hecho sufrir el dictado de nebulosos y germanizados, proviene de ahí. Síntesis profundas de sentimiento son las composiciones de En las orillas del Sar. Al ensueño o al dolor de cada uno se adaptan fácilmente, como un andante de Beethoven o un trozo de Schumann.
Su parentesco con Bécquer y con Heine no se puede negar. Es de la misma familia poética; como lo son también Julio Laforgue y Verlaine, el Verlaine de la Bonne Chanson y de Romances sans paroles. Pero la poetisa gallega, que es más varonil que Bécquer, tiene dignamente un lugar propio. Carece de