siguieron en la innovación, y quedó ésta sancionada.
Aun cuando había en ello alguna gloria para quien había hecho tan importante conquista, ni se advirtió el triunfo, ni gozó de él la infortunada. Se necesitó que un joven escritor de nuestros días, dolido de la injusticia, se adelantase a quejarse del hecho, proclamándola como precursora de la reforma por ella iniciada sencilla, instintivamente, sin ánimo de constituir escuela, y sólo porque, como tan gran música, le estaba permitido romper con los viejos moldes, ensanchando los dominios de la métrica castellana. En pago, sin pararse en más, la crítica de entonces le echó en cara, como una gran falta, la de adoptar metros inusitados y combinaciones nuevas, en lo cual, ciertamente, no había pecado alguno.
Por su mal, en esto como en todo necesitó que la muerte la tomase para sí, empezando desde ese momento la forzosa reparación de los olvidos e indiferencias con que algunas almas mezquinas trataron de envolverla antes, después, a todas horas. Porque en cuanto a ver amada su obra de consuelo por sus paisanos ausentes, en