Vuelve á mis ojos la celeste venda
De la fe bienhechora que he perdido,
Y no consientas, no, que cruce errante
Huérfana y sin arrimo,
Acá abajo los yermos de la vida,
Más allá las llanadas del vacío.
Sigue tocando á muerto — y siempre mudo
É impasible el divino
Rostro del Redentor, deja que envuelto
En sombras quede el humillado espíritu.
Silencio siempre; únicamente el órgano
Con sus acentos místicos
Resuena allá de la desierta nave
Bajo el arco sombrío.
Todo acabó quizás, menos mi pena,
Puñal de doble filo;
Todo, menos la duda que nos lanza
De un abismo de horror en otro abismo.
Desierto el mundo, despoblado el cielo,
Enferma el alma y en el polvo hundido
El sacro altar en donde
Se exhalaron fervientes mis suspiros,
En mil pedazos roto
Mi Dios, cayó al abismo,
Y al buscarle anhelante, sólo encuentro
La soledad inmensa del vacío.
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