De improviso los ángeles
Desde sus altos nichos
De mármol, me miraron tristemente
Y una voz dulce resonó en mi oído:
«Pobre alma, espera y llora
A los pies del Altísimo;
Mas no olvides que al cielo
Nunca ha llegado el insolente grito
De un corazón que de la vil materia
Y del barro de Adán formó sus ídolos.»
Adivínase el dulce y perfumado
Calor primaveral;
Los gérmenes se agitan en la tierra
Con inquietud en su amoroso afán,
Y cruzan por los aires, silenciosos,
Átomos que se besan al pasar.
Hierve la sangre juvenil; se exalta
Lleno de aliento el corazón, y audaz
El loco pensamiento sueña y cree
Que el hombre es, cual los dioses, inmortal.
No importa que los sueños sean mentira,
Ya que al cabo es verdad
Que es venturoso el que soñando muere,
Infeliz el que vive sin soñar.