— ¡Bárbaros!— exclamando.
Y si dijésemos
Que rosas y claveles perfumados
No valdrán nunca, pese a su hermosura,
Lo que un campo de trigo, y allí en donde
Las flores compitieran con las bellas,
Arrastrando el arado, la amarilla
Mies con afán sembráramos
— Mezquinos
Aún más que torpes son — prorrumpirían
Los fieros hijos del jardín de España .
Con rudo enojo levantando el grito.
Mas nosotros, si talan nuestros bosques
Que cuentan siglos... ¡quedan ya tan pocos!
Y ajena voluntad su imperio ejerce
En lo que es nuestro, cosas de la vida
Nos parecen quizás, vanas y fútiles
Que a nadie ofenden ni a ninguno importan
Si no es al que las hace, a soñadores
Que sólo entienden de llorar sin tregua
Por los vivos y muertos... y aun acaso
Por las hermosas selvas que sin duelo
Indiferente el leñador destruye.
— Pero qué...— alguno exclamará indignado
Al oir mis lamentos—, ¿por ventura
La inmensa torre del reloj se ha hundido
Y no hay ya quien señale nuestras horas
Soñolientas y tardas, como el eco
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