LA MUJER A A 5
zación de la mujer.
Mada más destructor en las civilidades nuevas, que esos gér- menes negativos, arrojados en surcos vírgenes, máxime, cuan- do hay manos inexpertas que los cultivan. No erco necesario trazar en una encuesta el rol de la mujer a través de la his- toria; ella fué siempre y por siempre seneratriz de los cere- bros-astros, que señalaron la marcha de la humanidad por el áspero y rudo sendero de la vida.
Ello bastaría por sí solo para determinar el culto definitivo. La humanidad siguió su ruta, sujeta al imperativo de una ley evolutiva. A través de esa lenta y dolorosa evolución de siglos, la mujer resume todo un compendio de belleza; es inmortaliza- da en los mármoles de la Grecia luminosa; en las telas mági- cas del Renacimiento italiano; es Vestal sagrada de ritos y holocaustos e inspira los más grandes poemas en la poesía y provoca las más audaces empresas caballerescas. Fué musa en Beatriz y Laura y heroína sacratísima en Cornelia y Juana de Arco. No ha perdido ella su espíritu, iper-sensible, ni an- te el más rudo avance del materialismo en el siglo que vivi- mos.
La frivolidad ambiente puede adormecer sus bellos impulsos, pero no extirparlos. ¡La frivolidad! Esa es la cuestión, como diría el taciturno príncipe de Dinamarca.
Y, ella ha de destruirse, con la educación; con la verdadera educación del hogar y la escuela, reformados, donde no prime el indiferentismo por el prójimo, el mal del siglo, que es esa falta de cordialidad mutua, la que provoca un culto al egoísmo individual. Es necesario darle a la educación de la mujer un contenido moral; no aquel concepto estrecho del viejo obscuran- tismo religioso, sino que ella tenga la noción exacta de su mi- sión en la vida.
Como ciudadano libre, estoy por la libertad de la mujer, eco- nómica y social; entiendo que la ley que sujeta a la mujer a una tiranía absurda—cuando un esposo delinque sobre aque- lla al amparo de los códigos—no tiene razón lógica, ni natu- ral de existir.
Su libertad social, al amparo de una amplia ley de divorcio, ya que siendo el hogar la suprema aspiración de la mujer, de- be estar amparada contra posible fracasos. Resulta un absurdo cuando no un grillete, que en nuestra América, salvo rara ex- cepciones,—continente invadido por el sensualismo bizantino
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