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VIRGILIO.


CLXII.

Ardiendo Vénus de que á tales grados
Llegase de la Ninfa la osadía,
Acude, y de los senos intrincados
La pica destrabó que áun resistía.
En sus armas y fuerzas reintegrados,
Uno en su espada, el otro en su asta fia,
Y á la lid anhelosa y furibunda
Avánzanse arrogantes vez segunda.

CLXIII.

Ved al Rey del Olimpo omnipotente
Cómo habla en tanto á Juno, que atendia
Sentada en una nube refulgente
Al singular combate: «¡Esposa mia!
¿Que haya fin esta guerra, no consiente
Tu pecho? ¿Ya qué falta? Al cielo un dia
Se alzará Enéas como sér divino
Que debe á las estrellas el Destino.

CLXIV.

»Harto lo sabes, ¿y áun tu mente espera?
¿Y ahí en gélidas nubes áun te agrada
Nuevos planes trazar? ¿Justo es que hiera
A un cuerpo sacro arma mortal? ¿que espada
Recobre Turno, y fuerza extraña adquiera
Ya á punto de rendirse? A tanto osada
Sin tí una débil Ninfa ser no puede.
Tu error conoce, y á mis ruegos cede!