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ENEIDA.
CXXIX.

»Fundé yo una ciudad, ciudad preclara,
Murallas propias coronó mi mano;
Vengué la sombra del esposo cara;
Yo tomé enmienda del malvado hermano.
¡Feliz, harto feliz si no tocara
Mis costas, nada más, bajel troyano!»
Y aquí, á par que en el lecho el rostro imprime,
«¿Moriré inulta? ¡mas muramos!» gime.

CXXX.

«¡Así á la eternidad partir me agrada!
El Dárdano este fuego á ver acierte
Volviendo de la mar una mirada,
Y el triste agüero lleve de mi muerte!»
Dijo; y, herida en esto, derribada,
La mano en sangre tinta, el hierro fuerte
Manando sangre las doncellas notan,
Y el palacio á gemidos alborotan.

CXXXI.

Ya la Fama fatídicos rumores
Va furiosa esparciendo en giro vago;
Todo es lamento y llantos y clamores;
Todo es alarma de espantoso estrago.
Parece cual si entrasen vencedores
La antigua Tiro ó la imperial Cartago,
O que incendio voraz llamas crueles
Tendiese por los altos capiteles.