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ENEIDA.
LX.

Parte de allí para Aqueron camino:
Vasto abismo que en lecho hondo de cieno
Hierve, y en el Cocito de contino
El arena descarga de su seno.
Guardian del territorio convecino,
El mustio rio y márgen inameno
El barquero Caron adusto cuida
Con ceño horrible y faz descolorida.

LXI.

El cual sucia caer al pecho deja
La blanca barba; es fuego su mirada;
Cuélgale de los hombros rota y vieja
Con un nudo su túnica enlazada;
Con tardas velas y un varal maneja
El ferrugíneo barco en que traslada
Los muertos: es su edad, si bien anciana,
Vejez propia de un Dios, recia y lozana.

LXII.

Allí, nube de imágenes ligera,
Cuantos dejan del suelo las mansiones
Vuelan sobre la fúnebre ribera:
Austeras madres; nobles campeones;
Vírgenes que en su dulce primavera
Segadas fueron; cándidos garzones
A quienes ya cabe la alzada pira
Lloró el padre infeliz que arder les mira.