dad que hasta entonces habian respetado ciegamente; y solo sentían que el nuevo señor les impusiera, con su dominio, otra religion y otras costumbres.
Los hijos de Ahauializapan volvieron á sus hogares, agradecidos del buen acojimiento que alcanzaron del conquistador; pero tristes, al mirarse siervos de un señor, aunque poderoso, extrangero.
Si bien admiraban su poder, haciáseles cosa dura tener que acatarle: no acertaban ni á imaginar cuál seria su suerte; pero le temian, con esos vagos presentimientos que predicen á la conciencia de los pueblos lo poco bueno que deben esperar en sus cambios y transformaciones, y lo mucho que tienen que temer de ellos.
No se necesita, gran esfuerzo para explicarse los contrarios sentimientos que agitaban á los indígenas de aquí, como de todo México, cuando hoy dia, nosotros mismos, por desgracia, vivimos en la incer-