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¿á la justicia la espada del conquistador? ¿á la verdad toda la pompa de los doctores? ¿y al amor del bien público, lo que mejor le cura, una corona? Semejantes recompensas no agradarian á la virtud, ó mas bien la destruirían. ¡Cuántas veces corrompieron á los 60 años las virtudes que se habían admirado á los 21!

Pero analicemos y entremos á examen. ¿Las riquezas pueden dar á cualquier hombre que no sea justo un cierto contentamiento personal, y hasta la confianza de los demas hombres? Jueces y parlamentos enteros han sido comprados á dinero; pero el amor y estimacion jamas se vendieron. ¡Qué locura la de creer que el hombre honrado que ama al género humano, y es amado de él, cuya vida respira salud, y cuya conciencia está libre de crímenes y remordimientos, pueda ser aborrecido de Dios porque no le haya dado mil guineas de renta!

El honor y la vergüenza no nacen de nuestra condicion. Cumplamos bien con nuestras obligaciones, y en eso consiste el honor. La fortuna ha establecido cierta pequeña diferencia entre los hombres: uno se contonea con sus guiñapos; otro se pavonea con sus brocados; el zapatero de viejo anda muy soplado con su mandil; el