historiador imparcial que recuerde la rudeza de las costumbres de aquella época y que no eche en olvido que esa anatematizada intolerancia no se ejerció por Calvino menos rigurosamente que por Felipe II y no causó más víctimas en la católica España que en la protestante Inglaterra, no es admisible el lugar común de culpar al fanatismo católico de la atrofia de las energías físicas é intelectuales del pueblo español.
Es cómodo ciertamente inquirir de modo tan superficial los orígenes de la decadencia nuestra y tentador resolver con cuatro vivas á la libertad y alguna invectiva contra la santa Iglesia el arduo problema de la pérdida de nuestra preponderancia en Europa; pero quien no fuere indiferente á los dictados de una conciencia honrada, no puede contentarse con inspirar el propio fallo en los parcialísimos dictados del juicio ajeno.
Precisamente en el siglo XVII, en el más execrado por los enemigos de la fe católica