tonante contra la general manía de desacreditar á la patria á los ojos de los extranjeros, publicando y exagerando dolencias sociales y políticos errores que en todos los países civilizados se ocultan y atenúan con esmero.
En todo eso tiene el Sr. Antón del Olmet razón sobradísima y semejantes peroratas merecerán la simpatía de todos los buenos españoles; pero esas ideas tan sanas y tan levantadas no pueden, á mi juicio, constituir por sí solas el asunto de una novela. Todas esas ideas son buenas para deslizarías como de pasada, para sugerirlas con mesura en ciertos episodios, para diluirlas con tal arte en el diálogo, que pueda el lector deducirlas del desarrollo de la acción novelesca; pero son una nota discordante cuando se exponen en largos paréntesis, se desenvuelven en prolijas digresiones y se repiten con porfía de enamorado en todos los momentos y lugares.
El Sr. Antón del Olmet es un andante caballero apasionado de otros días en que la