que ni la matanza de la noche de San Bartolomé ni la abjuración del Rey Enrique, aplacaron á los sectarios de la Herejía, alentados por el tolerante espíritu del famoso Edicto de Nantes. Con su gran vista política Richelieu advierte desde luego la necesidad perentoria de robustecer el alma nacional, asaz decaída en los días de su exaltación, por las estériles sacudidas del cisma religioso; concentra todas sus energías para aniquilar á los Herejes; arrincónalos en La Rochela, apodérase del último baluarte de la heterodoxia militante y arranca á los prosélitos del Protestantismo sus privilegios más caros.
No viene fuera de propósito aventurar aquí algunas reflexiones acerca de la conducta seguida por el Ministro francés en la resolución del problema religioso, porque esta conducta legitima, en cierto modo, aquella intransigente y rigurosa que ha valido á Felipe II tan apasionadas invectivas. El Monarca español comprende la grandeza del pensamiento de sus