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Si en algo se parecen los cuentos algo exóticos de Villasinda á las páginas de la inmortal literatura del tiempo de los Felipes, es en el tono de buen humor que en el relato se advierte. Justo es, por lo tanto, reconocer que nuestro autor es castizo no sólo en cuanto á la sintaxis y á la apropiada aplicación de los vocablos castellanos algo arrinconados por la costumbre, sino también en cuanto al diapasón plácido é ingenuo por él adoptado y que se aviene perfectamente con la alegría franca y con la tristeza alegremente resignada que reflejan los escritos de nuestros insignes prosistas de los siglos XVI y XVII.

Es cierto que el cuento intitulado «Historia del Rey Ardido y de la Princesa Flor de Ensueño» puede considerarse como un pasaje de algún libro de Caballerías; pero ni aun así es lícito calificar su argumento de castizo, pues, aunque Amadís de Gaula, el más famoso y acabado modelo del género, es peninsular sin duda alguna y pese al supuesto original del