occidental, ni hemos de calificar de jarifos á los caudillos de la guerra civil de las Dos Rosas ni de llamar albórbolas á los gritos de alegría que lanzaban las tropas de Juana de Arco al derrotar á los ingleses ó goldres á las aljabas que llevaban los saeteros del Rey moro de Granada.
Conviene, por lo tanto, gran parsimonia al adoptar palabras que el cambio incesante de ideas y de costumbres puso fuera de la circulación, y no menos discernimiento para dar carta de naturaleza en nuestra lengua á vocablos que no respondan á una verdadera necesidad en la práctica.
La vaguedad con que yo aventuro estos consejos elocuentemente demuestra cuan difícil es fijar en este punto una norma de conducta. Veo por un lado gente nueva que suele despreciar el estudio de las Humanidades y que por lo común desconoce la lengua latina, entusiasta de todo cuanto viene de más allá del Pirineo y propensa á atentar contra