belleza; es inadmisible que el poeta se valga de la magia del ritmo y de la rima para defender, por ejemplo, la memoria de los hidalgos y soldados del siglo XVII. En este sentido parece justo que el poeta renuncie á hacer la apología de aquellos compatriotas de antaño. De la misma manera, y por respeto también á la libertad del arte, me parece contrario á sus altos fines valerse de la palabra rítmica para difamarlos, ultrajarlos ó envilecerlos.
Sin embargo, cuando el prurito de alabar ó de vituperar radica con ímpetu vehemente del fondo del alma del poeta, igualmente lícitos son dentro de los fueros de la poesía la alabanza ó el vituperio. En ese caso una y otros son espontáneos, tienen algo de inconscientes, pecan tal vez de injustos; pero no aparece agotada la lozanía de la improvisación por el menor soplo de un espíritu áridamente crítico. La exageración en encomiar ó en fustigar es, en suma, á mi ver, una cualidad muy estimable en el poeta: pero cuando éste teme