Siempre fué de condición díscola el pueblo catalán. Ya por los tiempos de Don Juán II de Aragón, so color de defender primero y de vengar más tarde al Príncipe Carlos de Viana, mostró hábitos de independencia é insurgentes propensiones; ya entonces nombrando á su arbitrio soberanos españoles ó extranjeros encendió la hoguera de las contiendas civiles que, por la situación geográfica del territorio y por la condición de los Pretendientes, revistió gravísimos caracteres; ya en la mercantil Barcelona el puñal de un asesino había amenazado el pecho del más grande de nuestros Reyes, el de Don Fernando el Católico; ya con tenaz insolencia habíanse negado varias veces las Cortes del Principado á reconocer herederos y á tomar juramento á monarcas. Pueblo educado en el comercio y en la industria, en la navegación y en el cultivo de las artes, habíase acostumbrado el catalán á respirar el ambiente de la libertad, cuya imagen le ofrecía la misma naturaleza en la azul