silencio con que estremecen las nubes carmíneas del horizonte lejano, los acentos del Angelus vespertino; enumerando en otros los esplendores de muertas civilizaciones ó el ímpetu salvaje con que estallaban las pasiones del corazón humano en medioevales centurias; exponiendo, en fin, en los más, los problemas planteados por la duda en el fondo de su espíritu creyente.
En todos estos poemas descuella el austero castellanismo del numen del autor, que se desenvuelve en estrofas monótonas como llanuras y no más sobrias de colores que iluminadas por graves y tristes claridades.
En medio de la corrección dominante en todas estas populares producciones se advierte cierta frialdad que, á mi juicio, proviene del decisivo influjo que ejercen en el espíritu de Núñez de Arce las preceptivas literarias. No es difícil descubrir, sin más que una simple lectura de cualquiera de estos celebrados poemas, que el autor no se atrevió á