del poderío de las Cortes del Reino, iniciada ya por Carlos V y Felipe II y totalmente con sumada hacia los tristes días del Rey Poeta.
No cabe duda en que éste rehuyó cuanto pudo el convocar Cortes, así en Castilla como en Aragón, y en que Olivares contribuyó cuanto pudo á ahogar la voz de los tres Estados en cuanto atañe á la política exterior del Reino. La resistencia de los Procuradores á votar los impuestos que hacían necesarios las incesantes guerras ponía pavor en el ánimo del Primer Ministro, que achacaba toda actitud hostil á su política, más que á un certero instinto nacional, á cobarde egoísmo en la gente de llana condición, á mansedumbre hipócrita en el Clero y á envidia de su posición preeminente en la Nobleza. Verdad es que ni la Nobleza ni el Clero se opusieron gran cosa á la perenne y ruinosa intervención de España en todos los negocios europeos, llevados los Nobles del engreimiento que heredaran de sus padres y abuelos, para quienes la calidad de