Página:Entre dos tias y un tio.djvu/29

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— Hija, si lo hago por salvarte; mira que en el camino real te esperan ladrones.

—Comprendo por qué me dice Ud. eso.

—¿Lo comprendes? Me alegro. ¡Ja ja ja! á mí no me la pegan.

—Está bien; pero......

—Pero ¿qué?

—Pero no siempre mi voluntad estará sujeta á la voluntad agena.

—Calla, tonta, y camina. ¿Dónde hallaste la lengua que se te perdió en el tambo?

Juanita conoció que era inútil continuar lidiando con su tío, y que era preciso ceder á la mala estrella que la perseguía. No volvió á desplegar los labios sino para dar salida á los sollozos que atropellados se le escapaban de lo más hondo del pecho. Media hora después el pañuelo que llevaba á la mano estaba empapado de tanto aplicarlo á los ojos.

Caminaron todo el día; la llovizna había cesado, el sol los quemó largas horas, y el viento los envolvió muchas veces en nubes de polvo. Por la tarde la nevazón, que no había cesado en las cimas de los Andes, descendió á las llanuras y volvió á caer lluvia menuda que azotaba los rostros de los caminantes. Tales son los cambios atmosféricos en nuestras serranías. Vino el crepúsculo, cerró ls noche, ¡y faltaban todavía leguas por andar! Los ginetes se hallaban maltratadísimos del cansancio, y los caballos, con las cabezas inclinadas, apenas andaban. ¡Era para menos una jornada de más de veinte leguas!

Eran las diez de la noche, de una noche semejante en todo á la actual: así lloviosa, así ventosa y fría; y el río crecido y negro como ahora, como ahora bramaba también de manera que infundía espanto. El socavón que tenemos aquí cerca, abierto en el recodo que forma el barranco, no alcanzaba á recibir todo el inmenso caudal del río, y las ondas, atorándose en la estrecha garganta, saltaban y retrocedían con violencia, levantando crespos penachos que luego caían y se derramaban en el antiguo cauce, formando otro río considerable y no menos precipitado. El barranco temblaba al choque de la mole de agua contra los bordes del boquerón, y con el furioso hervir de la que pasaba por debajo, y el ruído era semejante al de un volcán en los momentos de la erupción. Todo era terrible y amedrentaba el alma: el cielo donde no brillaba ni un solo lucerito, las sombras densas que cubrían la tierra, el río que descendía como fantástico monstruo á tumbos y saltos y amenazando ruína á todo cuanto se hallase en sus márgenes, y la soledad y el silencio, pues parecía no haber más ser viviente que ese temido elemento, ni se escuchaba otra voz que la suya.

Esto que es hoy la amena quinta de La Liria, por entonces no era sino un erial, interrumpido sólo por tal cual pedacillo sembrado