bras tan pavorosas, Buenos Aires asistió á un espectáculo nuevo en sus anales, espectáculo que iba á proyectar un rayo de vivísima luz sobre la oscuridad que todo lo envolvía. No anunciaba, él, la aurora de libertad, tanto tiempo esperada; no partía tampoco de ninguna inteligencia superior, envejecida en el estudio y en el cultivo de la ciencia: no, surgía de la frente iluminada de un modesto discípulo de la facultad de ciencias médicas. El joven Guillermo Rawson había terminado brillantemente los estudios médicos que iniciara cediendo á las inclinaciones de su espíritu estudioso é investigador, más que á egoístas miras de lucro ó de especulación, y la escuela de medicina lo despedía de sus aulas con los honores de una fiesta, desde entonces no reproducida en los anales universitarios.
«Desde su ingreso á las aulas, decían los profesores de la escuela de medicina, llamó la atención de todos la extraordinaria capacidad intelectual del joven don Guillermo Rawson; y sus buenos y sólidos conocimientos en varios ramos de instrucción literaria, su aplicación y rápidos progresos en la muy difícil ciencia del hombre, anunciaron días de satisfacción y de triunfo para la universidad. Estos días han llegado: sus exámenes, y muy particularmente, el general y práctico, con que se ha despedido de las aulas, han sido brillantísimos».
Proponían los profesores, para «poner una corona bien merecida de gloria en la frente iluminada de este alumno, para lanzar una chispa de noble y generosa ambición dentro y fuera de los claustros de la Universidad, y para dar un impulso progresivo á las ciencias y las artes,» que el rector hiciese uso del derecho que el reglamento le confiaba, de