friamente, á través de la distancia interpuesta por los años y por los acontecimientos, como la obra de una imaginación poética, como la manifestación del afecto que había sabido despertar en el corazón del maestro el inteligente y ejemplar discípulo; pero, bien considerado, teniendo en cuenta la austeridad de carácter de la persona que discernía los elogios, y los méritos del joven que tan brillantemente había sabido sobresalir entre sus condiscípulos, no puede ser mirado sino como una muestra de sincera admiración y de profundo reconocimiento.
« Hay un libro en blanco, doctor Rawson, decía el doctor Cuenca, que hace muchos años que espera la pluma inspirada de un hijo del Plata que escriba en él la primera página: este libro, destinado á jugar un día un rol importante en los destinos de la república, cuando los hombres de vuestra capacidad se hayan ocupado de él, es el libro todavía en blanco de nuestra ciencia médica. Todavía en blanco, doctor Rawson; pero no estará más así, desde que hagáis la resolución de llenarlo; y á fe que vos lo podéis hacer».
Agobiado por tan exaltados elogios que, al par que honraban sobremanera su persona, le creaban serias responsabilidades para el porvenir, el joven Rawson, en presencia de un auditorio visiblemente conmovido, delante de su propio padre el doctor Aman Rawson, dio principio á la lectura de la disertación con que se despedía de sus profesores y de la facultad.
En vez de versar ésta sobre alguno de los tantos temas en que, para salir ligero del paso, se explayaban los alumnos de la Escuela, la disertación del joven Rawson versó sobre