turbado, de vez en cuando, por el ruido que producían los sables de los soldados de Benavídez al chocar sobre el pavimento, el temerario orador comenzó una de sus más magistrales arengas, en la que pedía á los representantes, primero, y exigíales, después, en nombre de los santos y permanentes intereses de la patria, en nombre de la dignidad humana escarnecida, que no acordasen al tirano Rosas el título de jefe supremo de la Confederación, ni mucho menos que se le concediese la suma del poder público que pedía.
Grande fué el efecto que la audición de este discurso, del cual no se ha conservado, desgraciadamente, copia alguna, sino el recuerdo que de él tienen algunos contemporáneos, produjo en el ánimo de los asistentes á la célebre sesión. « No estuve en la sesión, dice el señor Rojo, pero volví á tiempo de encontrar al pueblo todo palpitando todavía de la emoción causada por la conducta de Rawson, único representante que había alzado la voz para oponerse á la continuación del ominoso mandato. Era de oir los elogios de Rawson, no ya en boca de los amigos y ciudadanos, sino de los mismos federales, de los militares, de los asociados en la mashorca.»
La asamblea legislativa de San Juan escuchaba con recogimiento, en cierta parte con sorpresa, por los vocablos nuevos que oía, el patriótico discurso del diputado Rawson; pero sin dejarse conmover á punto de que olvidase por un momento los imperiosos deberes de sumisión que tenía contraídos con Benavídez; y, llegado el instante de proceder á la votación, se apresuró á sancionar el proyecto; disponiendo, entre otras cosas, por el artículo 4º, que la ley fuese firmada por todos los representantes de la provincia.