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EL RAMITO DE NARDOS
Tres meses hacía que Rosita, una íntima de mi mujer, y yo, sosteníamos unas relaciones algo más que amistosas, a escondidas ella de su consorte y yo de la mía.
Una tarde fuí a su casa, y como hiciera frío, encontréla extendida en un sillón, calentando en la estufa sus piecitos mononos y coquetamente calzados.
Al verme entrar exclamó:
— ¡Qué milagro!... ¡Tres días que no pisas por acá!
— ¡He estado sumamente ocupado!
— (Arreglando su vestido y bajando la vista) ¿Si?... Pues me habían dicho que estabas entregado a la conquista de Josefina R... la mujer de...
— ¡Son habladurías!
— (Con tono seco) ¿Habladurías?... Pues yo te he visto en el teatro la otra noche, mirándola con la boca abierta!