— ¡Bah!... ¿tenemos celos; mi negrita?
— ¿Celos?... Las mujeres como yo (arreglándose el pleguillo) no conocen eso... {Haciendo un gestito). Cuando nos ofenden tomamos nuestras medidas en medio de una sonrisa y.. nos vengamos alegremente... ¡cómo se nos engaña!
Y al decirme esto me miró de un modo tal y me hizo un pucherito tan salado con su pequeña boquita rosada, que no pude menos que acercar mi silla a su sillón y tomarle una mano, una de sus manos blancas y gorditas.
— ¿Pero mi Rosita... cómo puedes imaginarte que yo voy a jugar tu cariño contra el capricho de un instante? ¿Como crees que puedo desterrarme voluntariamente del paraíso en que vivo?
— ¡Palabras y nada más que palabras!... No me pruebas que no quieras tener dos paraisos, o mejor dicho mudarte a otro!
— ¡Pero no seas mala! (pasando mi brazo al rededor de su talle y atrayéndola hacia mi) ¿A ver?... mírame!... ¿a que no me repites esas palabras crueles?... Te apuesto un beso...!