vecina y recordando detalle por detalle, lo que habia visto a través de la puerta.
En la mañana confié a Santiago, el viejo cochero de la casa —un compadre que siempre se complacía en hacerme malas pasadas— la pasión que me agitaba.
Habiendo oído decir que había remedio para hacerme querer pedíle alguno y él riéndose me dijo:
— Vea... búsquese unas flores de saúco y échelas en la caldera de que ella toma mate... Lo va a buscar después... va a ver!... ¡el saúco es milagrosísimo para el amor!
Y yo inocente, seguí el consejo. A la tarde, después que ella había tomado mate con toda la familia, cebado con la infusión por mí preparada a escondidas de la sirvienta y de la cocinera, la observaba buscando en sus ojos una chispa de amor. Y como no lo viera, preparé para el mate de la noche una nueva dósis.
Acostóse, previa una nueva inspección mía