Yendo en el tren con el antiguo servidor de mi futura y para hacer menos pesado el viaje emprendí conversación con él.
Se deshizo en pinturar sobre las bondades de ella, su inteligencia, su gracia y su belleza.
—Qué lindo lunar el que tiene en la cara, le dije entusiasmado.
—Ese nu es nada, me contestó, si viera los otros.
—¿Cuáles otros?... le repliqué alarmado por los conocimientos que demostraba tener.
—¡Pues!... lus que tiene en lus muslitus y en otras partes que yu me sé... Esus si que valen!
E hizo aquel salvaje una mueca con pretenciones ridículas de guiñada.
Inútil me parece decir que no traje plantas de la quinta de mi tío Cipriano y que en mi visita de la noche tuve tal pelotera con mi bella prima Margarita, que nuestro compromiso quedó roto para siempre, comenzando yo al otro día a deshacer el pequeño nido casi terminado.