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ESPLORACION.

mismo sitio, pues la subida es casi imposible i no habia nada que les obligara a emprenderla.

—¿Qué será aquello, M. Ansart? le pregunté, señalándole el punto que despertara mi curiosidad.

—Algunas rocas.

—Pero si se mueven!

—Qué podrá ser?

—Mire con el anteojo.

—Cáspita! si parecen viajeros, que, sin duda se han estraviado en la montaña... i parece que hai mujeres.

Esto redobló nuestra curiosidad, i mirando con mas atencion, M. Ansart esclamó:

—Hombre! si creo que son las mismas señoritas que encontramos en Tinoco.

Vea, usted.

Me acerqué al anteojo i, efectivamente, eran ellas, las valientes i gallardas amazonas.

—Señor intendente, grité, dirijiéndome a la tienda que estaba a pocos pasos, gran novedad!

—¿Qué es lo que hai?

Le referí en pocas palabras lo que sucedia. Oirme i dirijirse al teodolito fué cuestion de un segundo.

Corría un fuerte viento que apénas permitia que nos mantuviéramos firmes. Todos los anteojos se ocuparon i podia distinguirse a las heroicas amazonas luchando con el viento que las empujaba sobre las rocas i con el estrecho desfiladero, donde no podian ni avanzar ni retroceder, corriendo a cada segundo inminente peligro de desbarrancarse. Por fortuna, el cerro, desde el sitio