V
Apénas comenzaron a dibujarse los primeros picachos de las montañas vecinas i ya estábamos casi todos con los huesos de punta, es decir, en pié. Aun "el rubicundo Febo no asomaba su dorada cabellera" como dijo, no el poeta, sino un camarada nuestro, i ya todos estaban ocupados en el arreglo de sus monturas i en prepararse para estar listos a emprender nuestro camino, tanto por evitar el calor del medio dia, que es insufrible en esas alturas, cuanto por el deseo que teniamos de llegar lo mas pronto posible a las cimas que rodean la Laguna Negra, para lo cual nos quedaba un buen trecho que andar.
Por otra parte, i a pesar de la bondadosa hospitalidad que se nos brindaba, no teniamos por qué continuar descansando en un lecho en el que, por un lado, nos perseguian las vinchucas i por el otro nos cantaba un gallo, peor que un segundo tenor en la Lucía.
Con la claridad del dia pudimos apreciar el lugar en que habiamos pernoctado.
Es un nuevo establecimiento de fundicion, creado el año pasado por el infatigable minero don Adolfo Lapostol, i situado, como hemos dicho, en