está que parece un curioso amateur de los encantos de la naturaleza que se asoma furtivamente a contemplarlos.
Viramos al oeste, i salvado el peñon, quedamos agradablemente sorprendidos con la vista de una preciosa gruta, formada quizas por el rebote de las aguas i sus infiltraciones, o quizas, lo que es mas, probable, por algun solevantamiento de la montaña, que, a medida que se empina, produce en sus flancos profundas i tortuosas grietas. Sírvela de vestíbulo una blanda i estensa ensenada.
Atracamos a la orilla para contemplarla mejor; Vergara saltó a tierra i se metió en el oscuro antro. A su vuelta, que fué pronta, nos dijo que la gruta tendria unos diez metros i que en el estremo se veia un negro i profundo agujero. De una de las paredes arrancó una planta cubierta de fragantes florecillas de un hermoso rosado. Carece de cristalizaciones, al ménos no distinguimos ningún vestijio; pero Vergara dijo que en el fondo le pareció ver una especie de estaláctitas.
Continuando a la lijera nuestro derrotero, sin tener tiempo para admirar los altos macisos i grandes magnificencias que la naturaleza ha sembrado ahí por do quiera que se vuelva los ojos, pues se entraba el sol i no era prudente arriesgarnos en parajes desconocidos, arribamos a una gran ensenada, sobre la que se descuelga una soberbia cascada, a mas de cuarenta metros de altura.