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A LA LAGUNA NEGRA

Las cascadas, esos espectáculos naturales, tan admirados por los touristas europeos, son, como dice Tschudi, en cuanto a su forma, a sus colores, a su ruido, verdaderas individualidades: cada una tiene su carácter i su estruendo particulares, sus decoraciones, sus moles, sus efectos de luz. Una, abundante, gruñe sordamente en una cavidad, en forma de gruta.... Otra se esconde en lo mas profundo de una selva, que se abre de improviso para dejar ver al torrente precipitarse en dos o tres brazos a lo largo de las paredes de una inmensa roca. Otra está completamente suspendida en los aires; una cornisa saliente lanza las aguas fuera de la roca; la pared es elevada; el arroyo no puede mantener reunidos sus hilos, que se convierten en un rocío vaporoso de brillantes perlas, que, llevadas a su antojo por el viento, parecen tener sentimiento de llegar al suelo, pero que, bien pronto, despues de ese salto formidable, toman su antigua forma i continúan alegremente su camino.

"Desde léjos, esas cascadas, mui numerosas en las rejiones montañosas, toman, sobre todo en la noche i alumbradas por la luna, el aspecto mas fantástico. Parecen entonces sombras ossiánicas vestidas de blanco, que, bajo toda suerte de formas, voltejean con sordos estremecimientos a lo largo de las rocas; mas, de dia, cuando los rayos del sol las iluminan ventajosamente, parecen resplandecientes palmeras que ondean i se suceden una a otra con figuras siempre nuevas."

¿Con cual comparar la que admirábamos?...