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ñana, dirijiéndome al banco Pucari para su reconocimiento i estudio. Al llegar a él lo abordamos por su estremo occidental, i después de haber fijado ese punto, se formó el plano de la parte que seca con los reflujos de las mareas, sondando, además, sus contornos hasta fijar la parte somera de su bojeo.

El Pucari se encuentra una milla al SE. ¼S. de punta Blanca i su centro se levanta 3 metros sobre el nivel de baja mar escorada. La parte oeste del banco es formada de guijo redondeado i menudo, i la oriental de guijo grueso con algunas rocas erráticas de mediano tamaño, que no asoman sobre las aguas con las mareas ordinarias. La estension que seca del banco alcanza a 500 metros de ONO. a ESE., con un ancho variable de 150 a 200 de NNE. a SSO. Segun esto, el banco difiere algo del marcado en las cartas comunes de navegacion, tanto en su tamaño como en su distancia a la isla Huar; quizá por haber sido estudiado en aquellos tiempos con marea desfavorable o mui a la lijera. Por esta vez nuestro estudio ha sido prolijo i completo, i, aunque no fué posible continuar con la sonda de su rejion SE. en busca del otro banco denominado Rosario, que marcan las cartas inglesas, apoyándonos en la opinion de las jentes conocedoras del local, dicho banco no existe.

El Pucari, a mas de la naturalesa de su formacion, se encuentra cubierto de una asombrosa cantidad de marisco de várias clases, lo que hace se le considere por los isleños vecinos como una despensa inagotable que nada cuesta proveer. I, en efecto, al abordarlo nosotros habia a su contorno siete grandes lanchas i algunos botes que montaban mas de cien personas de ambos sexos, ocupadas todas de mariscar, i con una actividad tal como hasta ese momento no habíamos visto desplegar en tales operaciones.

Los hombres con sus fizgas o candeleros sacaban cholgas antes o después del momento de baja mar para no perder tiempo, operacion que con la baja pueden hacer a la mano. Las mujeres por su parte se ocupaban de desenterrar tacas con el palde o de romper piures con el troncúe, alzando su saya a medio muslo o mas, para no mojar sus ropas i tener libertad para arrancar del fondo de las aguas el marisco apetecido, gastando en todo esto una naturalidad tal i una tal soltura que decian mucho respecto de a sencillez de sus costumbres.