Amir y Rrasi 115
todo su ser; apartóse de la ventana y miró asustada al jardín.
Entonces creyó percibir unos pasos.
Un hombre se aproximaba cauteloso á la reja... Arasi sufrió un estremecimiento. ¡Será él! mur- muró apenas y su rostro se tiñó de vivísimo carmín. ¿No será él? —se volvió á preguntar y volvió á estremecerse. — Pero Arasi ya no dudó más: — hizo un esfuerzo... y su figura blanca y flexible y vapo- rosa como un ensueño, reapareció en el balcón.
— ¡Arasi!
— ¡Amir!
Y estos dos nombres se pronunciaron en voz baja mientras las manos se unían y se estrechaban y los labios sonreían.
Al fin murmuró el joven: ¡Arasi! ¡mi bien! — y besó la mano de su amada.
— ¡He tenido miedo!... — murmuró ella con voz temblorosa y con una dulzura infinita.
— ¡Miedo! — ángel adorado ¿de qué?...
— El viento que entraba por la ventana abierta apagó la luz que alumbraba mi aposento y...
— No te has atrevido á encenderla de nuevo. Ella sería mi faro y desde lejos me diría que me espe- rabas... ¡Pero no importa!... sin él he venido, sin él he llegado hasta aquí.
— Temí que te extraviaras...
— ¡Arasi!—si el corazón me decía: — allí está ella; allí está, á pesar de la oscuridad de la noche y á pesar de la deliciosa timidez que la hace tan hechicera y á pesar de su corazón...
— ¡A pesar de mi corazón!!... dijo Arasi con- fundida.
— El joven besó nuevamente la mano de su en- cantadora.