116 Margarita Eyherabide
— Sí, amada mía — dijo. ¿No sé yo, acaso, que á pesar de todo tu sublime cariño que es para mí, la vida, lamentas en el fondo de tu alma, verte pre- cisada á concederme estas entrevistas, á una hora tan inusitada, cuando tus padres están entregados al descanso, y, nosotros los dos solos... ?
Arasi cubrióse la cara con las manos.
— ¡Amir! — dijo con dulcísima voz ¡es que te amo demasiado!...
— ¡Demasiado! murmuró Amir lleno de felicidad. ¡Nunca será demasiado, comparado con el amor inmenso que por tí siento. ¡ Arasi mía! — te amo mucho y creo que sin tí, no podría soportar la vida. ¡Soy tan desgraciado!...
— ¿Desgraciado tú?... y Arasi miró al joven, casi con dolor. Luego añadió:
— ¡No! tú no puedes ser desgraciado, cuando yo soy feliz, tú no puedes sufrir cuando yo sonrío ¿verdad que eso no es cierto?
—Desgraciado y feliz. dichoso y desventurado, agradecido y rencoroso. Una amalgama de des- encontrados sentimientos, un hervidero de ideas... ¿cómo llamarlas? ¡horrorosamente recalcitrantes! dijo Amir.
— ¡Ah! — susurró Arasi. Sufres; luego, no eres feliz. Amor mío. ¡Ah!... ¿puedes decírmelo, si es posible? ¡Dímelo!... ¿Por qué eres desgraciado? '
— ¿Desgraciado, mi bien? Porqué la felicidad también tiene su máscara y yo que la veo no sé como quitarla.
— ¿Qué quieres decir? ¡no puedo comprenderte!
— Ni yo quiero que me comprendas por ahora contestó entonces Amir. — Pero perdóname; tam- bién te hago sufrir.