128 Margarita Eyherabidé
fuera lo mismo que poner en duda su virtud, res- pondió doña Jova.
Quiero... Pero deja que me marche á mi habi- tación, hijo... Dejemos que la sucesión de los días nos lleven á la verdad palpable. Compenetrémo- nos entonces de la realidad... juzguémosla, califi- quémosla y consolémonos mutuamente... siempre. los dos!... No podría soportar más...
Amir se quedó solo.
— ¡Mi Dios! —- murmuró — ¡Desgraciado por amarla, desgraciado por amar á Arasi!... Y mil ideas cruzaron inopinadamente por su cerebro, como en una procesión de revelaciones. ...
Pero con la inconstancia de la juventud, más con- vencido, aún, añadió: —¡Suframos!; el sufrimiento es dulce cuando bien se ama: No nos olvidemos y ¡adelante !
Muy temprano se levantó Amir al día siguiente y al abrir de par en par las ventanas de su alcoba, quedóse mirando atentamente los altos picos de los árboles que rodeaban la casa de Arasi. Ahora, pensó in mente, ya no estoy solo: — cuantos me vean y me conozcan añadirán otro nombre al mío: — Amir y Arasi; Arasi y Amir.
Y había quedado el joven, distraído, naturalmen- te, cuando de pronto, sintió gran ruído en la casa y se estremeció sin saber porqué.
— ¿Qué es? — preguntó, volviéndose con sobre- salto.
— Panchito se precipitó en la estancia ¡Amir! ¡Amir! — gritó — ¡Guerra! ¡Hay guerra!
— ¡Guerra ! — ¿Estás loco, muchacho ?
— ¡Guerra; hay guerra!... Mire: — allí viene un grupo de diez hombres... vienen hacia aquí...