136 Margarita Eyherabide
CAPÍTULO IV
Mientras estos acontecimientos se sucedían, Ara- si, la hermosa brasileña, la dulce amada del gentil castellanito como solía llamar aún á Amir, en tono de ternura, suspiraba impaciente y, apoyada en el antepecho de su balcón, esperaba... ¡Cuán inútil- mente esperaba la cuitada!...
Arasi no podía dudar del corazón de su amado, pero dudaba del capricho de las cireunstancias... Y se afligía, consultando las sombras de su jardín el que parecíale, de improviso, un sepulero inmen- so, que susurraba, en el desconcierto de las ramas y hojas inclinadas: — Ya no viene, ya no te quiere. Arasi apoyó sus dos manos en la reja del balcón, é inclinó la cabeza sobre.un hombro pero sus mira- das eseudriñaban las sombras. Creyó percibir un bulto movible. miró más ávidamente...
Una sombra más clara se destacó del fondo del jardín y Arasi palpitó de placer. ...
Avanzó más su lindo busto en el antepecho... ¡pero lanzó un grito ahogado!
— ¡Camilo! — murmuró echándose instintiva- mente hacia atrás.
Pero Arasi se repuso casi en seguida.
La incertidumbre unida á la sorpresa, le prestó valor.
Acercóse de nuevo al balcón y con el semblante muy rojo, pues comprendió que aquel hombre era un mensajero de Amir y con la voz apagada le pre- guntó: