14 Margarita Eyherabide
He aquí —le dijo —una manera rápida de hacer las paces con tu padre.
— ¡Ah! — murmuró el chico, restregándose los ojos — así compraré unos pudines de queso para Trinidad que se relame cuando los enguye, un pan dulce para madre y unos melados para Roquín, el hermanito y terminó su peroración con una nueva mueca de llanto contenido.
Don Alvaro le miró casi amorosamente.
— Y con ésto —le dijo, depositando en su mano algunos centésimos más — compras algo que á tu padre le gusta mucho. Veamos ¿qué le compras á tu padre?...
Panchito se puso de pie cepillándose la ropa con la mano, y, semi rencoroso, murmuró con voz sen- tida: ¿A padre?... como interrogando.
— Cabal; eso te he preguntado ¿qué le compras dime?...
— ¡Ah! — murmuró el muchacho — yo le com- pro?.. Pero se detuvo, sin poder continuar. Don Alvaro sintió una verdadera lástima.
— Bien, bien, anda ya, le dijo. Ea ¡adiós! Luego iré á tu casa á saber como te portas.
Panchito se encaramó de un salto en su jaca, sus- piró profundamente, con ese suspiro hondo que arranca un recuerdo reciente, de lo más profundo del alma, y dirigiendo al sitio de su improvisada atalaya, una mirada llena de tristeza, tomó el cami- no del pueblo, al paso de su animalejo y con la mirada vaga, nublada por lágrimas tranquilas; tranquilas como no lo estaban su alma atormentada y su conciencia arrepentida.