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Amir y Arasi 141


— No, no, — murmuró Arasi y salió precipitad:- mente de la casa, seguida de don Andrés, que se ha- cía cruces y miraba con recelo hacia atrás.

— Y vamos á ver— dijo el bien anciano, á la joven, cuando se encontró á buena distancia de la casa de la adivina. — ¿Qué has conseguido con venir á ver á esa vieja magra y mentirosa? ¡Todavía me siento capaz de apedrear á semejantes mujerzuelas ! Le arman á uno cada cuento que da fiebre.

Sólo merecen que se las queme vivas... —y— añadió regañando á la joven: —¡ Miren que poner los pies en casa de una... una señorita decente y delicada! — Por fortuna no tengo la lengua tan larga como la de esa locaza y no les pasaré la nove- dad al señor, su padre, ni á su madre, la señora, que pondrían cada ojo si se enteraran... y hasta se resentirían con el pobre viejo Andrés...

— Xo se hable más — ¿sí, don Andrés? — rogú Arasi. —Es la cosa más natural que una muchach:


como yo, vaya á consultar á una adivina. Mamá y papá no sabrán nada y yo en cambio, ¡siento un alivio!... — Y añadió: es que la adivina me ha dicho... que una persona... que quiero... mucho, viaja, precisamente y yo se que eso es verdad: -— así, pues, esto me confirma que todo lo que me anuncia sucederá...

— ¡Hola! ¡Que me coma la tierra si conozco á al- guna persona querida que pueda hacerte yorar... Porque lo que es don César está muy quieto, allá por las ciudades y lo que es el patrón, ahí lo tienen siempre... ¡Uf! ¡uf! añadió don Andrés picaresca- mente y haciendo un gesto. En cuanto á doña Doliá ahí la tienen también...

La joven permaneció silenciosa.