Amir y Rrasi 151
No me contó sus pesares pero yo los adiviné; no pronunció tu nombre en mi presencia, pero com- prendí que su semblante se trausformaba cuando de tí la hablaba.
¡Pobre ángel de bondad ! — Alisándome los cabe- llos con gentil dulzura, suplicábame cariñosa que me fuese con ella; que tendría yo en su morada un hogar tan tranquilo como en el propio cuando tú en él estabas; que su madre sería para mí una her- mana — y yo... yo... añadía con adorable sonrojo — yo seré para usted algo así como una hija.
— Ah — murmuró Amir — ¿entonces no la estre- chabas contra tu corazón? ¿entonces no la repetías muy dulcemente que sólo á ella,, después de mí, po- drías amar con el mismo cariño?...
— Sí, hijo — se lo repetí muchas veces, porque su rostro sonreía y sus miradas me expresaban un reco- nocimiento profundo. Entonces se sentaba á mi lado, así, como lo estás tú, ahora y, rodeando con sus torneados brazos, mi cuello, posaba sus labios en mis mejillas y murmuraba: ¿Así la besaba á us- ted, Amir? La pobrecita, parece que sentía cierta vergiienza al hacerme esta pregunta y, acto seguido, ocultaba su lindo rostro entre los pliegues de su cuello de encaje.
— Al oirla decir la besaba parecíame que una saeta emponzoñada me hería el corazón; parecíame que aquel “la besaba ”” era tan lejano... ¡era un sarcasmo con que la muerte azotaba mi amor de madre. ¡Era un presentimiento espantoso! y, recha- zando á la niña, murmuraba enloquecida: —¡ Así me besa! — ¡así! ¡así me besa Amir!
La pobre criatura echábase á llorar, atormentada por mi arrebato y entonces, era yo quien atría su