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rrar tu corazón ¡pobre corazoncito de madre santa! añadió acariciándola enternecido.

— ¡Sí! pero las amarguras, á medida que se mul- tiplican, revisten un carácter distinto. ¡Dios lo «quiere! —¡ Adelante! dijo no obstante con gran conformidad.

El joven besó en silencio la mano de su madre. — Gracias por tu resignación murmuró luego. Doña Jova. añadió:

—-$Si Dios es misericordioso con sus criaturas, alguna vez se hará para nosotros la felicidad. No desmayemos y el triunfo eoronará pronto ó tarde, nuestros esfuerzos. ¿No te parece que eso sucederá, Amir? -— interrogó.

— Así lo creo. Sólo reclamo la bendición de Dios. Es preciso vencer en la lucha por la vida. ¡Ade- lante! tú lo has dicho.

— ¡Permites ahora que te deje? — preguntó el joven poniéndose en pie.

— Inmediatamente deben ponerse en ejecución las resoluciones contundentes — respondió doña Jova con gran tristeza.

— Pues hasta pronto, mamá.

— Doña Jova tomó por un brazo á su hijo.

— ¿No vas?... — preguntóle.

En el fondo de su mirada leyóse lo que no habían querido pronunciar los labios.

— ¡No, mamá, no! —murmuró Amir compren- diéndola. — ¡No! — mientras no pueda llamarla mía, sin sonrojarme de mi pequeñez, no reclamaré de sus labios una sonrisa.

—¡ Oh! ¡eres verdaderamente el hijo mío! ¡Pobre Amir! ¡sufrirás! y la mirada de doña Jova descendió lentamente, como cortejando piadosa, un duelo in- terno...