164 Margarita Eyherabide
— Gracias otra vez ¡me habla usted con tanta amabilidad que, ciertamente!...
— Lo hago por conveniencia propia, convénzase usted de ello.
—No podría crcerlo; de todos modos es dema- siada bondad, que no merezco sin duda contestó el Joven.
— Bien, no la merezcas; yo te la otorgo, dijo el bneu señor comenzando á tutearle.
— Oh, señor Garrido! —y Amir pareció emo- cionado — trataré de merecerla, créalo usted.
—Lo ereo, hijo mío, y el señor Garrido denotó con un ademán, que daba por terminado el capítulo de los eumplidos y que deseaba entrar con tino ó sin él en las negociaciones.
Estas quedaron dilucidadas bien pronto; — Amir solicitaba servirle en clase de tenedor de libros.
—El señor Garrido se frotó las manos eon satis- facción mayor.
— Desde ahora mismo, hoy, si lo desea, ya puede usted quedar en mi casa investido del cargo de te- nedor de libros, y el señor Garrido tendió la mano al joven, diciéndole: — ¿Le extraña á usted mi proce- der? Ojalá vinieran á mí todos los jóvenes honrados que la carencia de fortuna obliga á solicitar un puesto cualquiera! y añadió:
Joven; si yo fuera usted y usted fuera yo ¿qué haría usted en este caso?
— Lo que usted, sin duda alguna — respondió Amir sin vacilar.
— ¡Así me gusta! y el señor Garrido batió las manos á la vez que decía estas palabras: — La hon- radez, la honradez. — Para mí, todo hombre honra-