Amir y Arasi 19
Apenas había dejado una cuadra atrás, la peque- ña población, cuando sofrenó su jaca, sentóse en la raída montura, como lo hacen las mujeres, y, extra- yendo de un maletín unos panecillos blanquísimos comenzó á partir los cuatro cocos de cada uno, yá comérselos sin trámites. Creíase Panchito completa- mente ageno á las miradas de cualquier importuno, cuando sintió á pocos pasos de distancia una voz extentórea :
— ¡¡Ya te estás comiendo los cocos!!!
Panchito no tuvo tiempo de sentarse en su posi- ción normal; ya la jaca, echa un alma que lleva el diablo, volaba por los campos, perseguida de cerca por el demonio que le había salido á la cruzada.
— ¡La virgen María me ampare! — gritaba Pan- chito pugnando por sujetar el maletín y sujetarse él mismo en la silla. De improviso, la jaca comenzó á disminuir la velocidad de su carrera.
— Recién entonces se atrevió Panchito á volver el rostro y fijóse en el que le babía jugado tan grosera treta, quien ya volvía riendas y se ale- jaba... riéndose, probablemente.
En seguida tiró Panehito con fuerza de las bri- das, para detener el animalejo, y murmuró con la voz sofocada: ¡El sargento Urraca!
El corazón le latía con fuerza y con una precipi- tación no excenta de un gran miedo, Panchito se puso á tantear el maletín para cerciorarse de si no había perdido algún panecillo.