18 Margarita Eyherabide
— Tonto — le dijo el otro—en último caso se
ríen de la guacha y no de tí. Y añadió: —¡ Vamos! ¿econ qué que te quedas con nosotros? —Es qué... y Panchito pareció indeciso. Pero
en menos de un minuto el pobrecico se vió rodeado por los muchachos del pueblo. Panchito — le decían — ¡vamos á jugar?... Otro interrumpía: — hay juego de sortijas. Pancho dejó oir su voz: — Pué — dijo, — ¿vamos á jugar una carrera? ¿Qué entendía el diablillo de los campos del juego de sortijas? — En su vida había oído semejante palabra.
El más grande de los chicos que era también mayor que Panchito puso sin ambages término á la cuestión :
-—¡Nada! te quedas coumigo ¿sabes? dijo.
-- El pobre Pancho, ya curioso y en extremo interesado. no se hizo repetir el ofrecimiento; ol- vidó al padre, á la madre, á la hermana Trinidad y hasta á don Alvaro.
Eran las dos de la tarde cuando Panchito aban- donaba la villa, y, á pesar de su ingenuo regocijo, sentía en el corazón cierta congoja. ¡Caramba! se decía en voz baja — ¡estos gurices puebleros son unos guapos pa saber jugar! —¡La pucha!... que si yo fuera tan bien enducao como eyos ya había de ganar algún arito.
Y Panchito castigó con furia su animalejo, y pasó como un relámpago por la Cuchilla.