Amir y Aras 113
CAPÍTULO XI
Doña Jova, sola con su tristeza y sus pensamien- tos, no había experimentado la menor curiosidad por trabar conocimiento con las vecinas de al lado. No obstante, la casualidad, como si esta vez hubiera sido sobornada por el ángel de la guarda de Amir, presentóse disturbiadora, derrocando, con la fuerza de un vendabal, el muro que separaba los patios de las dos casas adyacentes. Doña Jova no prestó mayor importancia á este suceso, pero ¡siempre la casuali- dad! había de presentarse metida en el cuerpo de un chico travieso, que, encontrando á la madre de Amir en el patio, acababa de saltar por encima de los ladrillos apiñados en desorden y la preguntaba con naciente embarazo: — ¿La señora me permitirá que busque de ese lado entre la cal y los ladrillos. una brocha que, según me ha dicho este señor, acaba de perdérsele?...
Al mismo tiempo asomaba por detrás de un trozo del muro que aun permanecía en pie, una boina color azul marino y pegada á la boina una cabeza que provocaba sin reparos, la risa.
Se alzó más...—unos ojos pequeñitos, una nariz pe- queñita, una boca de labios finos, una barba cor- tita... Más aún se alzó... — una talla de mucha- chito y... unas piernas ¡Dios mío! ¡que piernas! Aquella especie de macaco hombre ó de hombre ma- caco, miró al niño y exclamó con aire dictatorial: ¡Se me ha perdido la brocha pequeña y tú... ¡aquél! tú tienes que buscarla, porque la brocha pequeña tiene dueño y hay que devolverla.