202 Margarita Eyherabide
truían el paso. —¡Mira! murmuró el joven doctor en voz baja, empujando á Amir que se había queda- de más lejos y que no osaba penetrar con la mirada lo que le señalaba su joven amigo.
— ¡Mira! —repitió otra vez César, riendo, y como imponiéndose. Amir lo obedeció entonces.
Trepada á un troneo gruesísimo, sostenido el gra cioso enerpo sobre una rama y grabando una letra en un gajo más delgado, una joven encantadora, habla- ha en voz baja y con una dulce sonrisa en los labios:
era Luisa.
"Tendida sobre la hierba. con los ojos cerrados, pero eon la boca abiérta porque también reía, Ara- si la escuchaba... Su risa. era, sin embargo, muy triste.
— Es incierto—decía Luisa—César no te ha dicho eso — y mientras pasaba una vez más la acerada hoja por la corteza ya semi grabada. — No — repe- tía — César no te ha dicho eso. César...
— ¿César?... dijo una voz alegre y acariciadora -— César os coge en flagrante delito de murmura- ción y una risa comunicativa brotó fresca y caden- ciOSa.
— Levantó el joven doctor los grandes gajos del uce y aparecióse de cuerpo entero, tirando de Amir, que no osaba levantar la vista y estaba mor- talmente pálido. Luisa, roja y confusa dejóse caer del tronco, ligera, é inclinóse sobre Arasi para ayu- darla á incorporarse. Dirigió ésta una mirada opaca á su hermano. Sus mejillas aparecieron rosadas y pálidas, simultáneamente. Alzó la cabeza, con alti- vez, y, un signo de reproche se dibujó en sus labios de fresa. .
— Pidan perdón — decía César — pícara Luisa