Amir y Arasi 25
soy. Parecía una niña; su voz tenía el encanto de lo tierno; su sonrisa era casi divina porque sus labios se plegaban con un dejo triste.
¿Siempre?... ¿siempre me querrás? repitió con voz dulcísima. ¡Oh! si un día me faltaran tus frases de cariño, Alvaro...
— ¡Hija! — murmuró éste — ¿es posible que pienses esas nonadas? ¡Loquilla mía! y la miró con ternura infinita.
En los ojos de Jovita brillaban unas lágrimas. Don Alvaro cogióla en sus brazos con dulzura y besóla amorosamente en la sien. Luego la miró in- quisitoriamente; — parecióle que la querida mujer- cita acababa de sufrir un disgusto; estaba pálida y emocionada.
Entonces la joven reclinó la cabeza sobre el hom- bro de su esposo y sonrió y, señalando con la mano la costa cercana: — Mira, Alvaro, — dijo. Alguien viene. ¡Si nos vieran!... ¡Qué tontos somos! ¿ver- dad que somos tontos?
— En efecto — murmuró don Alvaro riendo. Y, volviendo el rostro: — Le conozco — dijo — es Pan- chito. ¡ Pobrecillo! Siento por él, honda compasión ; le distingo ó, mejor aún, le quiero. ¿No te gusta su charla, Jova? Pero, ¿qué querrá este chico á una hora tan inusitada? — interrogó como hablando consigo mismo.
— Bien mío — murmuró Jova apoyándose en el brazo de su esposo — ¿no sabes que yo quiero todo lo que quieres tú? y añadió mimosamente :
— Me gusta la charla de ese pequeño.
— ¡Vamos á esperarle? preguntó don Alvaro.
—Con mucho gusto. Entonces el señor Ramírez reclamó en voz alta: Acércate. Panchito.