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24 Margarita Eyherabide

Venía el muchacho con el aire más triste del mundo; con el rostro pálido, la mirada baja y los labios secos.

Don Alvaro le miró paternalmente.

Panchito habíase quitado la gorra y permanecía mudo.

— ¿Qué tienes? preguntó don Alvaro, ¿está en- fermo tu padre, tu madre, ó Trinidad ?

— Todos están gúenos -— contestó el muchacho con voz opaca.

— Pnehito habíase quedado rojo como una flor de granado.

— El patrón no se enoje conmigo — murmuró con voz apenas perceptible. — No juí á casa porque me quedó tarde y padre me daría otra y...

— ¡Ya caigo! —eon que no fuiste á casa ¿eh? ¡Diantre! Si tu conciencia, hijo, es muy indulgente. Esto está mal —continuó diciendo don Alvaro — Tienes ya doce años ¿qué esperas? ¡Esto está mal!

Y don Alvaro ofreció el brazo á su esposa y Pan- chito les siguió á corta distancia.

Doña Jova, llena de piedad é indulgencia vol- vióse hacia el ehico: — Ven— le dijo — necesito saber qué es lo que has hecho hoy ¿me lo dirás francamente?

— ¿De verdá lo quiere saber la señora ? — inqui- rió Panchito ya medio avispado.

— Niño — contestóle ésta sin mirarlo — quiero saberlo, de verdad.

El rostro de Panchito, que, de pálido intenso había pasado al encarnado más subido, se convirtió como por ensalmo, en pálido, otra vez.

El muchacho quitóse la gorra, que era, por cierto un sombrero de excelente ventilación en virtud de